Rev. Luis M. Ortiz
Hoy día el nombre de Jesús conserva todo su poder, su virtud, su
gloria, su eficacia, su autoridad y su grandeza; Jesucristo es el mismo
ayer, hoy y por todos los siglos.
“Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre
que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda
rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la
tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria
de Dios Padre.” Filipenses 2:9-11.
El nombre de Jesús conlleva en sí mismo un poder milagroso que
trasciende al tiempo y al espacio. Jesús fue un obrador de milagros. Su
vida fue un milagro. Su sabiduría y enseñanzas fueron milagrosas. Su
muerte y resurrección fueron igualmente milagrosas. Sus apariciones y
ascensión al Cielo fueron milagrosas.
El envío del Espíritu Santo en el día de Pentecostés fue milagroso, y
esto convirtió a los discípulos primitivos en verdaderos representantes
de Cristo; pues el poder milagroso que residía en Jesús ahora les fue
impartido, y una corriente incesante de milagros fueron hechos por los
apóstoles, pues los enfermos fueron sanados, los demonios fueron
reprendidos, los muertos fueron resucitados con solamente mencionar el
poderoso y milagroso nombre de Jesús.
El Evangelio de Jesucristo nació con milagros, se afirmó con milagros,
se propagó con milagros, y ha llegado hasta nuestros días con milagros, y
continuará hasta el fin con milagros. Así el Señor lo ha dispuesto al
decir: “Y estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre echarán
fuera demonios; hablarán nuevas lenguas; tomarán en las manos
serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les hará daño; sobre los
enfermos pondrán sus manos, y sanarán” (Marcos 16:17-18). “Estas
señales”, o sea milagros acompañarán a los que creen en el nombre
maravilloso de Jesús.
Cuando el razonamiento humano y los dogmas, y lo natural toma lugar de
lo milagroso; el cristianismo pierde su vitalidad, su poder de atracción
y su éxito. Dondequiera que se predica el Evangelio de Jesucristo en
toda su plenitud y con las señales milagrosas, las multitudes acuden.
La humanidad anhela algo real de Dios, algo sobrenatural, algo
milagroso. La humanidad está cansada de religiones muertas, sin vida,
llena de dogmas, de tradiciones, de cargas, de penitencias, de castigos.
Aun diría que la humanidad se está cansando de un evangelio frío,
social, filosófico; la humanidad desea, anhela, la manifestación
sobrenatural del poder de Dios. El anhelo por lo milagroso no es señal
de ignorancia, sino más bien el deseo de tener contacto con el Dios
milagroso que nos creó.
La Biblia está llena de milagros y de intervenciones divinas, es la
historia de la incursión de lo sobrenatural en lo natural, de lo
milagroso en lo común. Todos los personajes prominentes del Antiguo
Testamento fueron obradores de milagros, o sea, Dios obró milagros por
medio de ellos. Lo que exaltó a José de la prisión al premierato de
Egipto fue un milagro. La liberación de Israel de Egipto fue efectuada
por una serie casi interminable de milagros que sacudió a Egipto y a los
países vecinos. El paso del Mar Rojo y los cuarenta años de
peregrinación en el desierto son una serie de milagros sin paralelo en
la historia del mundo. Cuando Cristo comenzó su ministerio público, fue
un ministerio de milagros. Cuando la iglesia primitiva comenzó su
ministerio, fue un ministerio de milagros. Cada verdadero avivamiento
desde el día Pentecostés ha sido un avivamiento de milagros.
La Iglesia nunca ha sido rescatada de alguna condición de descarrío,
frialdad y mundanalidad por los elocuentes predicadores, eruditos,
filósofos y teólogos que todo lo analizan a la luz de la fría lógica y
el humano razonamiento; sino por humildes predicadores laicos y jóvenes
que han tenido una visión de Cristo y han comprendido que Jesucristo es
el mismo ayer, hoy y por todos los siglos y han creído y practicado el
Evangelio de milagros de Cristo y los apóstoles.
Nosotros en nuestros cultos damos prominencia al Espíritu Santo para
que Él obre como Él desee, manifestando su poder milagroso y
sobrenatural. Por eso en nuestros cultos las almas son salvadas, los
enfermos son sanados, milagros son obrados, los creyentes reciben el
bautismo en el Espíritu Santo; el Espíritu Santo reparte sus dones
milagrosos como lenguas, interpretación, profecía, fe, sanidades,
milagros, sabiduría, ciencia, discernimiento; por eso Dios concede
visiones de ángeles a distintos hermanos en nuestros cultos; por eso
vamos adelante en el poder de Dios y en la unción del Espíritu Santo.
Aquellos que dicen que hoy no necesitamos los milagros porque la
ciencia y la educación han tomado su lugar, no saben lo que están
diciendo. Nadie puede vivir, andar, y tener comunión con Cristo, sin
entrar en contacto con lo sobrenatural y lo milagroso. El hombre
necesita el toque milagroso de Cristo, para poder ser verdaderamente
salvo. El nuevo nacimiento es el más grande milagro del Evangelio, nadie
es verdaderamente convertido si no es por un toque milagroso de Cristo.
Los que se empeñan en un Cristo histórico y remoto embalsado en un
nicho o atado por interpretaciones antojadizas no conocen al verdadero
Cristo del Evangelio, quien se complace en hacerse real a sus
seguidores, obrando con ellos el Señor y confirmando la Palabra por las
señales milagrosas. Para ver esas cosas es necesario tener fe en el
Cristo sobrenatural y milagroso quien es el mismo ayer, hoy y por todos
los siglos.
Amigo, la fe no es contrario a la razón y a la ciencia, aunque es
superior a estas. La razón y la ciencia se descubren al paso triunfante
de la fe en los recursos inagotables de Dios y a sus promesas
inmutables.
Y lo más maravilloso es que Jesús otorga a sus seguidores la autoridad
de actuar en su nombre, en su nombre maravilloso, pues Él dice: “Todo
cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará” (Juan 16:23).
También Él dice como ya hemos citado: “Estas señales seguirán a los que
creen: En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas;
tomarán en las manos serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les
hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán” (Marcos
16:17-18). En términos legales aquí el Señor está otorgando a sus
seguidores la autoridad y el poder para actuar en su nombre, esto es, en
lugar de Él. La Iglesia primitiva entendió bien esto e hizo buen uso de
esta autoridad, de este poder, de este otorgamiento legal para actuar
en nombre, en lugar, en representación de Jesús.
Por eso en el capítulo 3 del libro de los Hechos, Pedro y Juan dijeron
al cojo: “No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre
de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda” (Hechos 3:6); y aquel hombre
saltó y fue completamente sanado. Por eso en todo el libro de los
Hechos vemos los cojos saltando, los ciegos viendo, los sordos oyendo,
los locos y endemoniados libertados, toda enfermedad sanada, y los
millares convirtiéndose, y todo eso por el uso del nombre maravilloso de
Jesús.
El nombre de Jesús tiene una triple grandeza, pues es reverenciado en
el Cielo por los ángeles, en la tierra por los hombres, y aún en el
infierno por los demonios. El nombre de Jesús es reconocido como supremo
en el cielo, la tierra, y el infierno.
Y ese es el poderoso nombre que nos ha sido dado, el todopoderoso
nombre, el maravilloso nombre de Jesús; cuyo poder se nos ha autorizado a
usar; nosotros tenemos derecho a usar ese nombre en contra de nuestros
enemigos; tenemos el derecho de usarlo en nuestras peticiones al Padre;
tenemos el derecho de usarlo en nuestras alabanzas y adoración. Por
medio de este nombre derrotamos a Satanás, echamos fuera los demonios,
reprendemos enfermedades, tenemos nuestras necesidades suplidas,
obtenemos grandes triunfos y victorias.
Hoy día el nombre de Jesús conserva todo su poder, su virtud, su
gloria, su eficacia, su autoridad y su grandeza; Jesucristo es el mismo
ayer, hoy y por todos los siglos. Usemos el nombre de Jesús, todo
verdadero creyente, todo verdadero hijo de Dios tiene el derecho de usar
el maravilloso nombre de Jesús. No hay que temer, tenemos a nuestra
disposición todo lo que representa el nombre maravilloso de Jesús.
Satanás, los demonios, el pecado, la enfermedad, las circunstancias,
todo queda bajo nuestro control al hacer buen uso del nombre de Jesús.
¿Está usted sin salud? ¿Está sin trabajo? ¿Está sin recursos
económicos? ¿No tienes gozo ni victoria? Pídaselo al Padre en el nombre
de Jesús. Dijo Jesús: “Todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo
haré” (Juan 14:13); el Padre únicamente oye y contesta lo que se le pide
en el nombre maravilloso de Jesús.
El único nombre reconocido en el Cielo es el nombre maravilloso de
Jesús. Y gracias a Dios que esto no es un ideal inalcanzable, esta es
una gloriosa realidad, todos los días estamos haciendo uso del nombre de
Jesús y todos los días vemos los maravillosos resultados. A través de
este medio hacemos uso del nombre maravilloso de Jesús y por ese nombre
centenares han sido salvos, centenares han sido sanados, cautivos han
sido libertados, milagros han sido obrados por el nombre maravilloso de
Jesús; y ahora mismo vamos a hacer uso del nombre maravilloso de Jesús, y
usted amigo mío puede recibir los beneficios de ese nombre maravilloso.
¿Quiere ser salvo? ¿Quiere darle entrada a Cristo en su corazón?
¿Quiere ser sano? No importa cual sea su enfermedad o su incapacidad
física, crea en este momento en el nombre maravilloso de Jesús. Amén.
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