Rev. Alberto Ortega
“Un varón de la familia de Leví fue y tomó por mujer a una hija de
Leví, la que concibió, y dio a luz un hijo; y viéndole que era hermoso,
le tuvo escondido tres meses.” Éxodo 2:1,2.
En estos últimos días de la Dispensación de la Gracia, nuestra sociedad
ha ido perdiendo una asombrosa cantidad de fundamentos, se ha producido
una hemorragia de los valores ciudadanos, morales, familiares. Esta
situación ha llevado a muchos a bajar los brazos, y a dejarse llevar por
lo que el apóstol Pablo llamó: “la corriente de este mundo” (Efesios
2:2). Una estadística reciente ha revelado que el 83% de los jóvenes que
están cumpliendo condenas proceden de hogares en dificultad; hablando
claramente, provienen de hogares donde existe la violencia doméstica, el
divorcio, las drogas, el alcohol, madres solteras, etc.
Un niño de apenas un año de edad murió por falta de atención de sus
progenitores que no le alimentaban correctamente ni le daban la medicina
que los servicios sociales le proporcionaron gratuitamente; pero lo más
terrible de esto, es que murió rodeado de nueve adultos que no hicieron
nada por él. A pesar de los esfuerzos de los gobiernos y las
asociaciones cada vez más numerosas, este mundo está cada vez peor
porque estamos viviendo las consecuencias de una sociedad que le ha dado
la espalda a Dios y a Su Palabra única fuente de bienestar para el
hombre y la mujer.
Ser padres hoy se limita a una función biológica, los padres y las
madres han dejado que el príncipe de este mundo, Satanás, gobierne sus
mentes, sus hogares, sus familias; le han dejado a este ser maléfico los
plenos poderes sobre sus hijos. ¡Es hora que haya un despertar y que el
príncipe de las tinieblas salga de los hogares, de la televisión, de la
prensa!
Moisés, uno de los líderes más sobresalientes de la nación judía,
reconocido por toda la cristiandad, vino a la existencia por medio de
unos padres que amaban y obedecían a Dios de todo corazón. En el libro
del Éxodo, tenemos a Satanás operando a través de Faraón, rey de Egipto,
para la destrucción de los niños judíos (Éxodo 1:22). Pero en medio de
aquel violento ataque, ciertos padres decidieron no dejarse vencer por
aquel edicto real. “Un varón de la familia de Leví fue y tomó por mujer a
una hija de Leví, la que concibió, y dio a luz un hijo; y viéndole que
era hermoso, le tuvo escondido tres meses.” (Éxodo 2:1,2). Esta decisión
salvó la vida de Moisés, el cual llegó a ejercer uno de los ministerios
más extraordinarios narrado en la Biblia. Era el hombre que hablaba
cara a cara con Dios. “Y hablaba Jehová a Moisés cara a cara, como habla
cualquiera a su compañero” (Éxodo 33:11).
Moisés doblegó el poderío de Egipto con un mensaje: “Jehová el Dios de
Israel dice así: Deja ir a mi pueblo…” (Éxodo 5:1). Pero, ¿cómo llegó a
cumplirse todo esto? ¡Por la entrega que Jocabed, su madre, hizo de él!
Esta mujer con su ejemplo nos enseña la necesidad de vivir entregados a
Dios, debemos entregarnos nosotros mismos, también nuestros anhelos,
nuestros seres queridos. Hay una secuencia hermosa en la vida de esta
madre que hizo posible la entrega de este niño a Dios, el cual formó un
líder sin par.
LA ENTREGA A LA FE
“Por la fe Moisés, cuando nació, fue escondido por sus padres tres
meses, porque le vieron niño hermoso, y no temieron el decreto del rey.”
Hebreos 11:23.
Primero, para poder vencer la crisis en su familia, Jocabed se entregó
junto a su esposo a la fe en el Dios vivo. Dios les impartió fe, esa fe
se adueñó del corazón de ellos, y aunque había un edicto de Faraón que
les exigía entregaran su hijo a la muerte, ellos decidieron esconderlo;
desafiaron aquella orden, aquella intimidación, cuando muchos otros se
dejaron arrebatar a sus hijos. Ellos decidieron desposeer a Satanás de
aquel niño, y aunque estaban corriendo peligro de muerte, se pusieron
con su bebé en las manos del Dios vivo, tenían fe en que Dios guardaría a
aquel niño.
Es necesario que en esta hora se levanten las Jocabed de Dios para
decirle a Satanás que no le van a dejar a sus hijos en sus manos, ¿cuál
madre pondría a su hijo en las manos de un asesino? Satanás es el
asesino más grande de todos los tiempos, Jesús lo describe diciendo: “El
ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir” (Juan 10:10). El
poder maléfico de este ladrón es incuestionable, ¿cómo podemos dejarle
en sus manos a nuestros hijos, nuestras familias?
Jocabed decidió luchar, pelear aquella batalla y Dios la respaldó. Dios
estaba en el asunto, Él está interesado en nuestros hijos, en nuestra
familia. Ésta es una batalla que tenemos que pelear por la fe y al lado
del Señor. No importa cuánto se tenga que luchar, arriesgar, sufrir, no
se puede dejar en las manos de Satanás a nuestros hijos, la fe en Dios
vence al mundo y sus poderes (1 Juan 5:5).
LA ENTREGA DE LOS SENTIMIENTOS.
Jocabed tuvo que entregar sus sentimientos de madre a los pies del
Señor, la Escritura dice: “Pero no pudiendo ocultarle más tiempo…”
(Éxodo 2:3).
Llegó el momento que no podía hacer más por aquel niño; sus
sentimientos de madre tenían que gritarle: “quédatelo contigo, no te
puedes separar de tu bebé, ¿quién lo cuidará?”
Aquellos sentimientos estarían desgarrando todos los días su corazón de
madre, por ella entendió que sus sentimientos no podían salvar a aquel
hijo; los sentimientos no tienen la capacidad de resolver los
conflictos, los problemas, las dificultades. Muchas veces estamos
luchando con nuestros sentimientos, aunque pensamos que es la fe, pero
solo se trata de nuestros sentimientos. La fe no tiene que ver con lo
que uno siente, sino a quién dirigimos la mirada. “Puestos los ojos en
Jesús, el autor y el consumador de la fe…” (Hebreos 12:2).
Mas hay algo asombroso, algo que falta en toda la historia de Moisés,
no encontramos en toda la Biblia el nombre que Jocabed le dio a Moisés,
¿puede una madre tener un hijo y aun después de tres meses no darle
nombre? El nombre de Moisés “sacado de las aguas” no le fue dado por
Jocabed, sino por la hija de Faraón, nunca oímos otro nombre sino el de
Moisés. Cuán terrible debe ser esto para una madre. ¿Cómo logró esto?
Estregando sus sentimientos en las manos del Señor, dejar que fuera Dios
quien decidiera por ella.
A veces, los sentimientos de la madre o del padre malogran los
propósitos de Dios para con los hijos, se cree que esto o aquello
conviene más y nos anteponemos a los propósitos de Dios. ¿Cuántos hijos
sufren durante toda la vida las malas decisiones u orientaciones que no
estuvieron respaldadas por la oración delante de Dios? ¿Cuántos
ministerios se han malogrado a causa de las decisiones paternas y
maternas? Tenemos una enorme responsabilidad, esta no puede ser llevada a
cabo si no dependemos de Dios.
LA ENTREGA A LAS AGUAS
“Tomó una arquilla de juncos y la calafateó con asfalto y brea, y
colocó en ella al niño y lo puso en un carrizal a la orilla del río.”
Éxodo 2:3.
Tuvo que entregar su hijo a las aguas, pero lo más hermoso fue la forma
como lo hizo. Se aseguró de que los materiales en los cuales iba a
depositar al niño. En Egipto el junco era la materia prima con la que se
construían las embarcaciones; luego la calafateó, la untó con asfalto y
brea, le puso dos protecciones. El asfalto se recogía de pozos de
petróleo naturales que brotaban a la superficie de la tierra, esto le
daba a la arquilla una protección contra las infiltraciones de agua. La
brea es una resina que pega y solidifica la estructura para que no se
deshaga.
Jocabed se aseguró de que aquello sobre lo cual entregaba a su hijo a
las aguas fuera adecuado, resistente a las aguas del Nilo. Nuestros
hijos tienen que hacer frente a unas aguas impetuosas en las escuelas,
universidades, compañías, están rodeados de un ambiente decadente y
agresivo contra todo concepto moral. La Biblia es cuestionada por
maestros, amistades, estamos viviendo en los días del fin, y las aguas
contaminadas del pecado han tomado proporciones universales. ¿Estamos
usando lo que puede vencer ese río impetuoso y contaminado? ¿Nos
preocupa lo que estamos usando para la arquilla de nuestros hijos?
Jocabed fue cuidadosa en la elección del junco, en la aplicación de la
brea y de la resina para la arquilla, no quería que las aguas se
infiltraran en el lecho de su hijo y acabara ahogándose. Entregó al río
Nilo a un niño condenado a muerte por el decreto del rey, pero por la fe
lo puso en las manos de Dios, para que guiara aquella arquilla. El río
estaba plagado de cocodrilos peligrosos, pero Dios no permitió que
aquellas fieras atacaran aquella diminuta embarcación. Cuando ponemos
algo en las manos de Dios, Él lo guarda. La mano poderosa de Dios iba
llevando al niño Moisés hacia la hija de Faraón. ¿Qué mejor lugar que la
casa de la hija del Faraón quien había condenado a Moisés? No había en
todo Egipto un lugar más seguro que ése. Moisés pasó de debajo de la
amenaza de muerte a la protección regia. ¿Quién se atrevería a matar en
el palacio del rey al protegido de Faraón?
Dios tocó el corazón de la hija de Faraón para que se lo entregara de
nuevo a la madre sin tan siquiera saberlo, leemos: “Entonces su hermana
dijo a la hija de Faraón: ¿Iré a llamarte una nodriza de las hebreas,
para que te críe este niño? Y la hija de Faraón respondió: Ve. Entonces
fue la doncella, y llamó a la madre del niño, a la cual la hija de
Faraón: Lleva a este niño y críamelo, y yo te lo pagaré. Y la mujer tomó
al niño y lo crió” (Éxodo 2:7-9). María, la hermana de Moisés volvió a
casa para pedirle a Jocabed que fuera al palacio a recoger a Moisés para
criarlo; además de esta bendición, recibió una paga del fondo de
gobierno egipcio para criar a su propio hijo. ¡Cuán grande es Dios!
Jocabed vio entrar de nuevo a su hijo en su casa sano y salvo, y además
con la protección de Faraón.
RENOVANDO LA ENTREGA
“Y cuando el niño creció, ella lo trajo a la hija de Faraón, la cual lo
prohijó, y le puso por nombre Moisés, diciendo: Porque de las aguas lo
saqué.” Éxodo 2:10.
Jocabed había tenido aquel hijo en sus brazos unos años más, sin
embargo, cuando llegó la hora, lo tuvo que entregar por segunda vez.
Ésta es otra clave hermosa: tuvo que renovar la entrega cuando el niño
creció. Jocabed tuvo que sacrificar de nuevo sus sentimientos, su amor
de madre para que los propósitos de Dios se cumplieran con su hijo y la
nación de Israel. La elección era dura, pero ¿qué era mejor, un hijo
vivo en otras manos o un hijo muerto en las suyas? ¿Preferimos un hijo
vivo en las manos de Dios o un hijo muerto en nuestras manos? Algunas
veces nos aferramos, y traemos muerte en vez de la vida.
Es en el proceso de la entrega, del sufrimiento que nacen las grandes
liberaciones; todo un pueblo esclavizado estaba recibiendo liberación
por medio de una madre que supo renovar su entrega. Jocabed entregó al
río a un niño condenado, un instrumento escogido por Dios, y éste le
entregó a Israel un libertador. ¡Cuán grandes cosas produce la entrega a
Dios!
Moisés nunca negó el nombre que recibió de la hija de Faraón, sino que
se identificó plenamente con ese nombre; se entregó plenamente a los
propósitos de Dios porque su madre supo prevalecer en la crisis. Puede
que no hayamos tenido las mejores condiciones en nuestra vida, pero no
debemos vivir amargados, resentidos, frustrados, sino abiertos a la
utilidad que nuestro Dios nos quiera dar, todavía Él puede hacer algo
con nosotros y con nuestros hijos.
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